Que el vehículo autónomo no es una realidad, no es noticia. Es algo sabido y explicado por numerosos expertos durante los últimos años. La tecnología existe, pero las limitaciones son tantas que por ahora lo único que hay en torno a esta tecnología son dudas a resolver y dinero que invertir.
Esa es la principal conclusión de la mesa participada por cinco profesionales destacados en esto de la movilidad autónoma y conectada -porque una sin la otra es imposible- durante el segundo día del Global Mobility Call, de Ifema: Cindy Oelbrandt (Inetum), Ian Fido (de la entidad formativa Red Driving School), Friederike Kühl (Etelätär Innovation), Michael Jump (Universidad de Liverpool) y Mohsen Zare (Universidad de Borgoña) hablarían durante casi una hora del proyecto PAsCAL.
¿Qué es PAsCAL? Es el proyecto que la UE puso en marcha hace unos años para potenciar la aceptación de los vehículos conectados entre los usuarios, así como su impulso por parte de las administraciones públicas. El estudio de sus limitaciones y de lo que es necesario implantar a todos los niveles llevará a esta entidad a crear una guía de directrices y recomendaciones para acelerar el uso de estos vehículos en la Unión Europea, ese es su principal objetivo.
Todo son preguntas
La tecnología está lista para ser lanzada, esa es la realidad, pero los interrogantes son tantos y tan relevantes, que la conclusión de la tertulia resultaba ser que aún queda mucho tiempo para que esta tecnología sea una realidad en las carreteras europeas.
Y es que una cosa son los transportes públicos como el metro o el tren, donde el vehículo en sí no interactúa con otros no autónomos, y otra muy distinta es un coche o un autobús: “Es algo que no hemos resuelto y que será complejo. Para la implantación de un autobús urbano autónomo la alternativa parece ser crear un carril específico -y es que no hay algoritmo que prediga cómo se comportará un humano con el que se circula al lado…-, pero esto también genera incógnitas: ¿cómo afectará al tráfico de la ciudad eliminar un carril de grandes avenidas? ¿Cuál será el impacto ambiental de hacer estos cambios tan rápidos y tan grandes en las ciudades? ¿Es sostenible llevar a cabo esta revolución en los núcleos urbanos”.
Los problemas seguían apareciendo a medida que la conversación avanzaba: “Los coches autónomos son vehículos conectados que gestionan una cantidad ingente de datos. Y hay muchas personas que se preguntan qué se hará que con ellos y dónde irán a parar esa información que en ocasiones incluye algo tan personal como los trayectos que hacen cada día. ¿Se creará un centro de gestión de datos en cada país? ¿Otros coches tendrán acceso a ellos? Parece que sí… ¿Qué harán con ellos?”.
Preguntas y más preguntas: “En caso de accidente, ¿qué responsabilidad tiene el usuario? Se trata de una tecnología mucho más avanzada que la legislación”, lamentaban. Y es algo que genera desconfianza en los ciudadanos: “La pedagogía tendrá un papel crucial y hasta ahora no se está haciendo. Los gobiernos tienen mucho que invertir en este sentido”.
No creían los expertos que los ciudadanos por ahora estuvieran mucho por la labor de viajar en estos vehículos autónomos. Y algo tenía que ver el desconocimiento, pero no sólo: “Es una tecnología que se ha desarrollado de arriba hacia abajo. Se ha diseñado y se le ha dicho al usuario algo parecido a ‘esto es lo que hay’. Pero eso no es suficiente, no si queremos que las personas que viajen en estos medios de transporte se impliquen y formen parte del cambio”.
E iban más allá, hablando también de posventa: “¿Qué sucede cuando el vehículo queda averiado? Y si se avería, ¿quién lo repara? ¿Sabrá el usuario contactar con el servicio técnico? ¿Habrá un servicio técnico? ¿Podrá repararlo él? Hoy en día esto es un enorme problema porque para la restauración de algunos sistemas sólo unos pocos técnicos en todo el mundo están preparados”. Se preguntaban si los ciudadanos tendrían que tener incluso formación en este sentido: “¿Podrán resolverse algunas averías con un ordenador?”. Lo único acerca de lo que no parecían tener dudas es en torno a la cantidad que cuestiones que hay que resolver.
En cualquier caso, están convencidos de hacerlo, ya que se trata de un problema económico y de salud pública: “El 90% de los accidentes con colisión se producen por fallos humanos”. Sin embargo, parece que el día en que los coches autónomos de nivel 4 y 5 circulen por las carreteras sin la supervisión de un humano aún están muy (pero que muy) lejos.