“Mis padres alucinaron cuando me vieron volver. Tras ser bombardeada mi ciudad, fui secuestrado por los yihadistas del Estado Islámico. Todo el mundo sabe que cuando eso sucede nadie vuelve a verte nunca más”. Sarwan tiene 19 años. Con 13 ya vivía en guerra, con 16 le dieron dos opciones: matar o morir. Eligió lo segundo. Y a punto estuvo. Sirio, hijo de recambista, su historia es de esas que te hielan. De las que invitan a la reflexión. Siéntense y lean, lo que viene es una historia real…
Me la cuenta en la sede central de EA Clima, empresa especialista en climatización, donde ahora trabaja. Aquí ha empezado una segunda vida gracias a la tercera generación de los ‘Navarro’ (Luis, Olga, Silvia y Tamara), que le han brindado una enorme oportunidad. Eso vendrá luego, lo primero es lo primero. Sarwan, nervioso, empieza a narrarme su historia.
Familia de recambistas
“Antes de que todo se pusiera difícil mi vida estaba muy bien en Siria: tenía a mi familia, mis amigos, mi colegio…”, empieza. Era clase media alta: “No teníamos grandes lujos, pero no nos faltaba de nada. Mi padre tenía una empresa de distribución de recambios con seis puntos de venta. Ahora, después de los bombardeos sólo quedan dos en pie. Mi madre tenía una tienda de ropa de boda. Yo estudiaba, pero ayudaba a mi padre los fines de semana…”.
De pequeño su intención era ser bombero, pero su padre le inculcó la pasión por la mecánica: “Me enseñó algunas cosas y me encantó. A partir de entonces mi sueño era tener un taller. Mi padre me motivaba en los estudios diciéndome que cuando terminara me ayudaría a montar el negocio. Todo eso antes de la guerra, claro…”. No pudo ser.
La Primavera Árabe
Sarwan recuerda cómo en el año 2011 las cosas comenzaron a cambiar. Él tenía apenas 13 años. En el contexto de la llamada Primavera Árabe, diferentes movimientos populares trataban de presionar a los gobiernos del entorno. En Siria el conflicto se endureció hasta límites no conocidos hasta la fecha.
“La gente quería más libertad, pero nosotros sabíamos que el Gobierno de Bashar al-Ashad no permitiría grandes cambios. Poco a poco la cosa se ponía cada vez peor, sabíamos que la guerra estaba a la vuelta de la esquina”.
No se equivocaba. ‘¿Qué recuerdas de entonces?’, le pregunto. Lo primero que le viene a la memoria es de lo más gráfico para hacerse una idea del estado de nervios que vivieron entonces: “En cuanto la situación empeoró gravemente mi padre fue a llenar una de sus furgonetas de comida y agua para poder aguantar lo que viniera…”.
La guerra estallaba en 2012, pero no fue hasta 2014 cuando la situación se recrudeció por completo para Sarwan y su familia: “En ese periodo la situación estaba mal, pero no tenía nada que ver con lo que pasó después… En 2014 la guerra la guerra nos afectó de lleno, los bombardeos empezaron a ser frecuentes y la situación muy peligrosa”.
A partir de entonces, la familia de Sarwan (por entonces, además de él y sus padres, de los nueve hermanos que conforman la familia, sólo quedaban en el país las dos pequeñas) salió de casa para acampar junto a la frontera con Turquía: “Teníamos mucho miedo. Mi familia es de Kobani, una ciudad fronteriza, así que no lo teníamos lejos”. Y sigue: “Allí no había objetivo militar, pero todos los días nos bombardeaban. Los muertos eran civiles”. Un horror.
Yihadistas
La amenaza del Estado Islámico rondaba y el Gobierno atacaba sin miramientos. No tenían escapatoria: “Ambos bandos nos agredían: da igual si eran del Gobierno o yihadistas. Un grupo de militares se quedó para ayudar a los civiles de Kobani, siempre estábamos con ellos”.
Ni siquiera en aquel momento pensó en dejar su país: “A mí me gustaba Siria, era mi lugar. Mi familia estaba allí. Nunca me hubiese ido si las cosas no se hubieran puesto como se pusieron”.
Y es que se pusieron realmente difíciles. Baja la cabeza y sensiblemente emocionado sigue con la historia. Es uno de los recuerdos más crudos para Sarwan, por eso trata de pasar de puntillas. Los pocos detalles que narra sirven perfectamente para hacerse una idea del auténtico terror pasado: “Un día, una bomba cayó muy cerca de un campo de fútbol en el que cerca de quince chicos estábamos jugando al fútbol. Por efecto de la explosión y la metralla muchos quedaron heridos. Me asusté mucho, así que salí corriendo en busca de mis padres”.
No llegó a hacerlo: “Justo después, los yihadistas del Estado Islámico llegaron a la ciudad: buscaban a todos los jóvenes que pudieran luchar con ellos”. A él también le secuestraron: “Me llevaron a un pueblo cercano, como a 15 kilómetros, que estaba completamente tomado por el Estado Islámico. En un colegio reconvertido en cárcel nos dieron dos opciones: o luchábamos con ellos o nos mataban allí mismo”. Sarwan estaba junto a dos amigos. Todos decidieron lo mismo: “Les dijimos que preferíamos morir a tener que matar. No tengo corazón para eso”. Les encerraron en una habitación: “Nos pegaron palizas durante todo el día”.
La escena fuera era indescriptible: “Los yihadistas cortaban las cabezas de muchos de los capturados: todos ellos eran de mi ciudad. Chicas, chicos, ancianos, niños… Todos. Les daba absolutamente igual”. El esfuerzo que Sarwan hace mientras cuenta la historia genera una tensión en la habitación donde estamos haciendo la entrevista difícilmente descriptible. No puede hablar: “Vi morir a mis dos amigos en la celda”, dice entre lágrimas.
La suerte se apareció. No todo iba a ir mal: “Fuera de aquel colegio convertido en cárcel estalló un combate. Los yihadistas fueron atacados y yo aproveché para escapar”. Fue corriendo en busca de sus padres, que se encontraban entonces en la casa familiar: “Alucinaron cuando me vieron. Todo el mundo sabe que cuando eres capturado por los yihadistas nadie vuelve a verte nunca más. Les dije a mis padres que si teníamos que morir que moriríamos todos juntos”.
Sus padres se negaron a aceptar ese destino para Sarwan: “Me dijeron que me fuera a España, que allí con mis hermanos estaría bien (dos de sus hermanos viven actualmente en nuestro país). Me prepararon una mochila con algo de ropa y me marché. Mi padre me dijo que me fuera por la frontera, que yo sabía cruzar”. Así lo hizo.
La huida
“En nuestra ciudad el río te ayuda, porque el ejército no cree que vayas a cruzar desde allí. Hay zonas con menos militares”. Aprovechando el cambio de turno se lanzó al agua del Éufrates. Tras cruzar un enorme campo de minas (“hay unas pequeñas zonas casi a modo de senderos entre las bombas por las que se puede cruzar”, me cuenta), corrió para llegar al pueblo más cercano.
Allí se puso en contacto con un primo de su padre: “Me dejó 5.000 euros (una cantidad con la que una familia siria puede vivir más de un año entero) para el viaje. Mi padre le dijo que se lo devolvería. Ese mismo día fuimos al aeropuerto”. Quería salir cuanto antes. El siguiente paso que debía dar sería volar hasta Argelia, allí un amigo de su hermano le ayudaría.
“Compré un billete y embarqué. Estaba muy nervioso: era menor de edad e iba con el pasaporte sirio. Al final no tuve problema, aunque fue muy raro: no me preguntaron nada, solo me sellaron el pasaporte. Ni me miraron”. Embarcó en Estambul; en unas horas estaba en Argelia.
El amigo de su hermano le esperaba: “Él me explicó cómo cruzar la frontera entre Argelia y Marruecos de forma ilegal”, recuerda. De película: “Teníamos que correr durante cuatro kilómetros. Una vez llegas cerca de la frontera te quedas esperando en un socavón que hay en el terreno a que llegue una furgoneta en la que esperan dos policías vestidos de paisano a los que debes entregar el dinero. Es una mafia que se dedica a ello. El lugar es conocido en la zona. Como iba en grupo (cerca de veinte personas) pagó 300 euros, si hubiera ido solo hubiera costado hasta 1.000. Había entrado a Marruecos.
“Lloré mucho”
El siguiente paso sería la frontera con España. Debía elegir: ¿Ceuta o Mellilla? “Mi hermano me aconsejó que cruzara por Ceuta”. Aquel señor que le había ayudado a cruzar de Argelia a Marruecos le había dejado antes de marchar un papel con un número de teléfono al que Sarwan debería llamar según cruzara la frontera. Compró un móvil e hizo la llamada.
“Enseguida vino a recogerme, me llevó a su casa, me dio de comer y me explicó cómo pasaríamos la frontera. Trajo un pasaporte español y me dijo que yo sólo dijera ‘hola”. Es evidente que por entonces Sarwan no sabía ni ‘papa’ de español. “Me dijo que él estaría detrás de mí y que no tenía de qué preocuparme”. La cosa no fue tan fácil: “Al cruzar la frontera, el policía marroquí me miró a los ojos y me dijo: ‘¿a que no eres español?”. Evidentemente no supo responder. Le llevaron detenido.
“Estuve en Tetuán en una cárcel a la que nos llevaban a todos los que habíamos tratado de cruzar ilegalmente la frontera: mujeres, hombres, niños… Todos desnudos”. ¿Desnudos? “Sí”, responde, “todos, sin excepción”. Le interrogaron para saber quién le había ayudado, pero él no soltó prenda, no quería delatar, dice, a la persona que había tratado de ayudarle. Y es que es cierto que de hacerlo hubiera gastado la única bala que le quedaba para seguir su camino.
La ‘aventura’ en Marruecos no terminó tan fácilmente: “A los cinco días me sacaron de allí para llevarme a un centro de menores del que no podía salir hasta no tener los 18 años. Es el procedimiento para los menores que llegamos allí y no tenemos familia ni ningún sitio para comer o dormir… Escapé a las dos semanas; no tenía alternativa”.
Y de nuevo en la frontera con Ceuta llamó al señor que trató de ayudarle la primera vez. Volvió a pagarle: “Le dije que esta vez no quería volver a la cárcel; que hiciera lo que tuviera que hacer para que fuera lo más seguro posible”. En la frontera, con un nuevo pasaporte, llegó el momento de la verdad: “El policía de Marruecos me miró, me saludó, le dije ‘hola’ y me dejó pasar. En España lo mismo…”.
Lo había conseguido: “Lloré mucho. Había pasado cerca de un mes desde que salí de mi casa y por fin estaba en España, a salvo. En el camino hasta aquí muy poca gente me ayudó, tuve que buscarme la vida como fuera, no podía hablar con mi familia, apenas comía y dormía en la calle… Fue muy, muy duro”.
Final feliz
Desorientado como estaba al cruzar la frontera, en una plaza de Ceuta a la que llegó no sabe muy bien cómo, preguntó a una patrulla de policía: “Les enseñé el pasaporte sirio y les dije que era refugiado. Me llevaron a comisaría, me preguntaron mi historia, cómo había venido y de allí a otro centro de menores”.
Pero en este caso era diferente, ahora sí tenía a alguien que se hiciera cargo de él: “Vino mi hermano de Alcorcón para hacer todos los trámites. A los diez meses, cuando se comprobó que éramos hermanos (les hicieron pruebas genéticas), me dejaron salir de aquel centro de menores e ir con él. Un 15 de octubre de 2014 llegué a Ceuta; en julio ya estaba en Madrid”.
La experiencia sin embargo no fue del todo buena: “Trabajé con él en el kebab que tenía en Alcorcón, pero al final discutimos, cosas familiares, y me fui de su casa”. Llegó a la madrileña calle Alfonso XIII y en una oficina de asilo explicó cuál era su situación. Le llevaron hasta un centro de refugiados ubicado en Vallecas. Allí empezó a cambiar su suerte.
“Teníamos la posibilidad de estudiar cualquier oficio y yo fui a por el que me gustaba: mecánico. Cuando terminé la parte teórica del curso llegó el momento de buscar prácticas”. Fue entonces cuando EA Clima se cruzó en su camino. Sarwan sonríe al recordarlo.
Olga Navarro, responsable del departamento jurídico y de Formación del especialista en climatización, recuerda el momento en que le comentaron la situación de Sarwan: “No lo dudé”, dice, “me parecía que había que hacer algo por ayudarle”.
En junio de 2016 Sarwan llegó acompañado por un profesor del centro a las instalaciones de EA Clima en Coslada (Madrid): “Le dije: ‘Ojalá pudiera trabajar aquí’. Mi profesor me miró y me dijo: ‘Por ahora estás en prácticas, poco a poco”, cuenta sonriendo tímidamente. “Todo el mundo me acogió muy bien, me han ayudado mucho”, añade.
En diciembre de 2016 terminó las prácticas y enseguida le contrataron como aprendiz en el departamento técnico. Y aunque es cierto que sus conocimientos eran escasos por entonces (“llegó muy verde”, reconoce la propia Olga Navarro), la necesidad de Sarwan hizo que le prestaran todo el apoyo del mundo.
Aunque la ayuda fue mucho más que esa. Lo cuenta Olga Navarro: “Nos enteramos de que el límite que tenía para vivir en las casas que facilita el centro de refugiados era de seis meses y le quedaba muy poco para cumplir el cupo. Buscamos cerca de la empresa un lugar donde pudiera estar bien y finalmente encontramos un piso en Torrejón de Ardoz en el que alquilamos una habitación, donde ahora está fenomenal”. Sarwan asiente: “Les estoy muy agradecido; me han ayudado mucho. Sin ellos ahora no sé dónde estaría…”.
Su sueño ahora, dice, es vivir en España junto a sus padres y sus dos hermanas pequeñas que aún permanecen en Siria. EA Clima le está ayudando en un proceso complejo, que quizá tarde más de lo que en un primer momento hubiera cabido esperar. Y en el futuro, quién sabe, montar un taller propio. Pero paso a paso, como él dice. Habrá que seguir luchando…
Esta reportaje a fue publicado en el último número del periódico La Comunidad del Taller. Si quieres leerlo, puedes hacerlo también online. Pincha aquí.
Ejemplo de persona con tesón a imitar por muchos suerte muchachos ¡¡
Un chico muy valiente y digno de admirar, no sólo por el duro camino que ha tenido que recorrer sino por su fuerza, sobre todo psíquica, que se ve que tiene. Tanto él como las personas que le han ayudado son un ejemplo para la sociedad. Ojalá logre traer a su familia pronto. Como él dice: “Habrá que seguir luchando”. Seguro que así lo consigue.